Wednesday 15 October 2014

Uno de mis amores

Enamorar....palabra difícil. Me quedo pensando en qué escribir...hay tantas cosas: una verde mirada que te traspasa, unas letras al otro lado del chat, unos ojos tristes que le dicen a tu alma más que mil palabras, una canción cantada al aire del Malecón Habanero, un viaje complicado e interminable con final feliz. Cada una una historia merecedora de varias cuartillas. Sumémosle mi hijo que recibe otro tipo de amor, único e inconmesurable...o mi abuelo...mi abuelo de cuentos de hadas. Lo tengo complicado y por eso decidí pensar en las cosas que amo HACER...y eureka!!!! Saltó la historia.
En el año 1997 terminaba mis estudios en el Preuniversitario y la carrera que pude coger fue la de Licenciatura en Pedagogía en la especialidad de Español y Literatura. La carrera no me gustaba para nada. En mis planes no entraba dar clases y soportar a niños malcriados. La especialidad de Literatura sí porque siempre he amado leer y en ocasiones escribir. Ante la duda de si aceptar o no mi padrastro (hombre sabio) me dijo: Mi consejo es que pruebes durante un año, tienes la opción de sacar buenas notas y hacer un cambio de carrera. Si no, pues ya veremos. Pero ahora mismo si eliges no estudiar tendremos que pensar en qué trabajarás porque aquí, en casa, sin hacer nada no te quedas". Buen consejo. El primero de septiembre del año 1997 ponía por primera vez los pies en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pedagógica "Enrique José Varona".

Al principio estaba reacia a todo. Los turnos dobles de 90 minutos me agobiaban, la distancia a la que estaba la Universidad de mi casa era de extremo a extremo de la ciudad y el transporte no es una de las bendiciones de la capital habanera. Por suerte me tocó un claustro de profesores exquisitos, verdaderos genios en sus especialidades por lo que me apliqué a estudiar y hacer el cambio de carrera planificado. A estas alturas no sé que me hizo demorar la decisión y al final del curso, con excelentes notas, exámenes de premio que me avalaban para cualquier otra opción en letras aún seguía allí.

Así llegó mi tercer año. Como hasta el momento no hacíamos prácticas docentes pues era todo la especialidad y eso sí me gustaba. Además dábamos Filosofía e Historia del Arte y me sentía como un pez en el agua. Y así estaba hasta que la carencia de profesores obligó a los estudiantes de tercero a repartir su tiempo en dos: dos días a la semana recibiríamos clases y tres las impartiríamos en una escuela secundaria.

Y allí estaba yo, de profesora en la secundaria donde había estudiado y de colega de mis antiguos profesores. Surrealista al máximo!!!. Me dieron el mejor grupo de 8vo grado, el grado intermedio en la secundaria y el más difícil. Que fueran los mejores estudiantes tenía sus pros y sus contras. La disciplina estaría garantizada pero también la curiosidad extrema y ese querer probar fuerzas con el maestro. Recuerdo que entré al aula muy nerviosa. Cuando aquello contaba yo con 19 años y mis alumnos 13, era pequeña, pesaba 120 libras y estaba pasando por mi etapa hippie de pelo largo y faldas al tobillo. La cara con la que me miraron mis futuros alumnos fue de campeonato: incredulidad, asombro y burla. Hasta que abrí la boca y empecé a hablar. Ahí se quitaron mis miedos y sus miradas incrédulas y en ese momento...en ese instante en que vi la atención en sus ojos, pendientes de cada palabra que decía sentí el flechazo de la vocación y decidí que era eso lo que quería para mi futuro: enseñar. En ese segundo revelador me enamoré perdidamente de mi profesión.

crédito de imagen juventudrebelde.cu

De esos alumnos guardo los más preciados recuerdos por ser los primeros. Hasta a escuelas al campo voluntaria me fui con ellos. Muchos están en mi facebook, otros fueron mis colegas más adelante. Fueron ellos los responsables de que despegara mi amor por la enseñanza.

Después de esos vinieron más estudiantes y por supuesto anécdotas. Una de ellas más bien simpática. En 5to año,  como alumna ayudante, fui escogida para impartirle clases a estudiantes del 4to año de mi carrera. Uno de esos grupos era de ocho mujeres, bibliotecarias, de entre 45 y 55 años de edad. Se pueden imaginar cuando me vieron entrar a la clase por primera vez...con solo 21 añitos. Me miraron, algunas con la boca abierta y una de ellas me preguntó: Y tú eres la maestra? Respiré profundo y contesté: No...la pregunta correcta es: Ud es la maestra? Y sí, lo soy...y empezamos la clase.

A los años de eso cuando me encontraba con alguna de ellas por la calle y me llamaban "profe" las personas alrededor miraban extrañadas porque creían que algo iba mal..que las edades no coincidían.

Esta es la síntesis de mi historia del amor por el magisterio. Puedo resumirlo fácilmente: luego de "mamá" la palabra con la que más me gusta que me llamen es "profesora".

No comments:

Post a Comment