Friday, 17 October 2014

Una nueva vida.

Para la mayoría de los cubanos que no han salido nunca de la isla, la vida en el extranjero es algo así como Alicia en el país de las maravillas, la llegada a la tierra prometida. Sueñan con eso cada vez más y llega al punto de convertirse en una obsesión. Y es lógico. El deseo de conocer mundo, de experimentar otras realidades, de mejorar...es encomiable. Aún más si es casi imposible.

No obstante la vida en el extranjero no es el paraíso. No quiere decir esto que sea peor...o mejor.Solo es diferente a lo que has conocido hasta el momento y es entonces que te das cuenta de como te definen cosas tan sencillas como los platos de comida casera que han formado parte de tu vida desde que tienes memoria.

Es maravilloso descubrir un mundo nuevo (y más avanzado). Es algo así como ir de sorpresa en sorpresa. Te encanta todo: los olores, el clima más frío que el de tu tierra, los diferentes acentos que escuchas, la oportunidad tanto tiempo deseada de ponerte un par de botas hasta las rodillas...cosas  así..desde lo más simple a lo más complejo.



Pero cuando pasa el asombro del primer momento empieza la vida real. Entonces un día te sorprendes extrañando el olor del café que tu madre colaba en las mañanas y que llenaba de su aroma la cocina y que no tiene nada que ver con el que ahora tienes que tomar. Ya no te parecen tan agobiantes los 30 grados de temperatura de tu tierra y te encantaría estar en shorts y camiseta por las calles de tu barrio. Y es que echas de menos todo...hasta lo más insignificante: la manera de saludar de tus amigos, las palabras que la gente se cruza de acera a acera, tu comida....Ayyy tu comida!!!!! Cómo la echas en falta incluso en medio de tanta abundancia!!!! Y eso que donde vives hay de todo y de todas partes del mundo...pero la comida de tu madre es única y especial. Te llena el alma a la par que el estómago.



Pones más que nunca las canciones que arroparon tu adolescencia y tu juventud. Es más, entras en un espiral casi autodestructivo de nostalgia. 

Y entonces llega el momento más ansiado: te vas de visita a tu tierra, a ver a tus amigos...a tu familia. Te la pasas en blanco en el avión. No puedes pegar ojo. Encima el viaje es larguísimo...de un extremo al otro del mundo. Y llegaste...ahí estás...en tu Cuba natal.

Es una mezcla tan grande de sentimientos que casi te asfixias. Sientes el golpe de calor de tus 34 grados, los abrazos de tu madre y tus amigas, el olor característico de tu mundo. Es una bendición!!! 

Pero cuando pasan los días te das cuenta que ya no ves las cosas con el mismo prisma. Las calles te parecen más chicas, más descuidadas, aunque no por eso menos queridas. Hay cosas que ya no te resultan normales...te agobia el calor. Y es que tu antiguo mundo no ha cambiado PERO TÚ SÍ. Sin darte cuenta has ido cambiando por fuera y por dentro, inconscientemente has tenido que moldearte a tu nueva realidad y eso ahora te pasa factura. Aunque sigues adorando tu cielo azulísimo, las aguas calientes de tus playas y todo lo que te rodeó siempre, te sorprendes echando de menos ciertas cosas que en tu realidad nueva ni notabas.

Y es que eso es lo más duro de vivir fuera de tu país. Que no eres ni de aquí ni de allá. Eres un extranjero en tu propia tierra.


Y regresas a tu nueva vida..con el corazón partido en dos por los que dejas...con la maleta llena de libros que te acompañaron toda tu vida, de bolsas de café cubano, de barras de dulce de guayaba que no encuentras ni a palos donde vives ahora. 

Y empieza todo otra vez...solo que ahora te sientes más a gusto en tu casa y con lo que te rodea. Tienes que adaptarte por tu bien y  el de quienes viven contigo y dejar tu antigua vida atrás...porque si no te tira cada vez con más fuerza. Por eso, la cubres con un manto de nostalgia y ternura y te permites soñar con la próxima vez que pongas el pie en suelo cubano.

Wednesday, 15 October 2014

Uno de mis amores

Enamorar....palabra difícil. Me quedo pensando en qué escribir...hay tantas cosas: una verde mirada que te traspasa, unas letras al otro lado del chat, unos ojos tristes que le dicen a tu alma más que mil palabras, una canción cantada al aire del Malecón Habanero, un viaje complicado e interminable con final feliz. Cada una una historia merecedora de varias cuartillas. Sumémosle mi hijo que recibe otro tipo de amor, único e inconmesurable...o mi abuelo...mi abuelo de cuentos de hadas. Lo tengo complicado y por eso decidí pensar en las cosas que amo HACER...y eureka!!!! Saltó la historia.
En el año 1997 terminaba mis estudios en el Preuniversitario y la carrera que pude coger fue la de Licenciatura en Pedagogía en la especialidad de Español y Literatura. La carrera no me gustaba para nada. En mis planes no entraba dar clases y soportar a niños malcriados. La especialidad de Literatura sí porque siempre he amado leer y en ocasiones escribir. Ante la duda de si aceptar o no mi padrastro (hombre sabio) me dijo: Mi consejo es que pruebes durante un año, tienes la opción de sacar buenas notas y hacer un cambio de carrera. Si no, pues ya veremos. Pero ahora mismo si eliges no estudiar tendremos que pensar en qué trabajarás porque aquí, en casa, sin hacer nada no te quedas". Buen consejo. El primero de septiembre del año 1997 ponía por primera vez los pies en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pedagógica "Enrique José Varona".

Al principio estaba reacia a todo. Los turnos dobles de 90 minutos me agobiaban, la distancia a la que estaba la Universidad de mi casa era de extremo a extremo de la ciudad y el transporte no es una de las bendiciones de la capital habanera. Por suerte me tocó un claustro de profesores exquisitos, verdaderos genios en sus especialidades por lo que me apliqué a estudiar y hacer el cambio de carrera planificado. A estas alturas no sé que me hizo demorar la decisión y al final del curso, con excelentes notas, exámenes de premio que me avalaban para cualquier otra opción en letras aún seguía allí.

Así llegó mi tercer año. Como hasta el momento no hacíamos prácticas docentes pues era todo la especialidad y eso sí me gustaba. Además dábamos Filosofía e Historia del Arte y me sentía como un pez en el agua. Y así estaba hasta que la carencia de profesores obligó a los estudiantes de tercero a repartir su tiempo en dos: dos días a la semana recibiríamos clases y tres las impartiríamos en una escuela secundaria.

Y allí estaba yo, de profesora en la secundaria donde había estudiado y de colega de mis antiguos profesores. Surrealista al máximo!!!. Me dieron el mejor grupo de 8vo grado, el grado intermedio en la secundaria y el más difícil. Que fueran los mejores estudiantes tenía sus pros y sus contras. La disciplina estaría garantizada pero también la curiosidad extrema y ese querer probar fuerzas con el maestro. Recuerdo que entré al aula muy nerviosa. Cuando aquello contaba yo con 19 años y mis alumnos 13, era pequeña, pesaba 120 libras y estaba pasando por mi etapa hippie de pelo largo y faldas al tobillo. La cara con la que me miraron mis futuros alumnos fue de campeonato: incredulidad, asombro y burla. Hasta que abrí la boca y empecé a hablar. Ahí se quitaron mis miedos y sus miradas incrédulas y en ese momento...en ese instante en que vi la atención en sus ojos, pendientes de cada palabra que decía sentí el flechazo de la vocación y decidí que era eso lo que quería para mi futuro: enseñar. En ese segundo revelador me enamoré perdidamente de mi profesión.

crédito de imagen juventudrebelde.cu

De esos alumnos guardo los más preciados recuerdos por ser los primeros. Hasta a escuelas al campo voluntaria me fui con ellos. Muchos están en mi facebook, otros fueron mis colegas más adelante. Fueron ellos los responsables de que despegara mi amor por la enseñanza.

Después de esos vinieron más estudiantes y por supuesto anécdotas. Una de ellas más bien simpática. En 5to año,  como alumna ayudante, fui escogida para impartirle clases a estudiantes del 4to año de mi carrera. Uno de esos grupos era de ocho mujeres, bibliotecarias, de entre 45 y 55 años de edad. Se pueden imaginar cuando me vieron entrar a la clase por primera vez...con solo 21 añitos. Me miraron, algunas con la boca abierta y una de ellas me preguntó: Y tú eres la maestra? Respiré profundo y contesté: No...la pregunta correcta es: Ud es la maestra? Y sí, lo soy...y empezamos la clase.

A los años de eso cuando me encontraba con alguna de ellas por la calle y me llamaban "profe" las personas alrededor miraban extrañadas porque creían que algo iba mal..que las edades no coincidían.

Esta es la síntesis de mi historia del amor por el magisterio. Puedo resumirlo fácilmente: luego de "mamá" la palabra con la que más me gusta que me llamen es "profesora".

Thursday, 9 October 2014

Desayunos!!!!

Debo ser una persona con espíritu de contradicción, mientras más fáciles me parecen las palabras escogidas más me cuesta escribir sobre ellas. Me la he pasado con la cabeza hecha un lío, pensando qué escribir sobre "desayuno" y al final solo me han venido historias a retazos.

Yo hoy en día (y desde hace muchos años ya) no desyuno como es debido. Una taza de café...una tostada a veces y a trabajar ( o estudiar). Claro, luego a las 10 de la mañana me tomaba algo fuertecito cerca del trabajo...para balancear.

Pero a lo largo de mi vida sí he conocido personas que amaban desayunar. Mi primer recuerdo es de mi abuelo Felipe, la persona más adorable del mundo y con los ojos celestes más bellos que he visto. A mi abuelo le encantaba mortificarme a la hora de desayunar ya que de chica odiaba lo que fuera el pan o galleta mojado ( aún lo hago) y uno de los desayunos favoritos de mi abuelo era una jarra enorme, de esas de cerveza, llena de café con leche y galletas de dulce, marca Sire, machacaditas dentro. Él veía la cara que yo ponía cada vez que echaba las galletas en la jarra, me guiñaba un ojo color de cielo y me daba una sonrisa tan pícara y tan tierna que borraba todo malestar.


Siendo adolescente vivía con mi madre y su esposo (quién fue quien verdaderamente ejercía de padre para mí desde los 3 años). Los días entre semana desayunábamos café con leche y alguna tostada. Éramos verdaderamente privilegiados porque en esa época en Cuba el agua con azúcar era lo más común. Pero el domingo cada uno se levantaba a la hora en que quería (casi nunca ante de las diez) y era el día del desayuno familiar. Mi madre sacaba la vajilla de porcelana blanca con flores rosas, que incluía tetera, azucarera, tazas, en fin...todo. Hacía huevos fritos o revueltos (o ambos), tostadas, jamón, bacon, café, leche, zumos. Cada quién elegía lo que quería comer y era la mañana en la que con calma nos contábamos los avatares de la semana, los logros, las decepciones, los problemas. Me encantaban esos desayunos, me hacían sentir adulta ya que mis historias también contaban.

Cuando empecé a trabajar y tuve a mi hijo el desayuno era atrapar lo que hubiese y sobre la marcha. Por eso la primera vez que estuve en Gibraltar y mi novio (actual esposo) me invitó a un english breakfast quedé alucinada: huevos fritos  o revueltos, mushrooms, bacon, tomate, tostadas, salsichas y hasta judías!!! Eso un desayuno?? Para mí era más bien un almuerzo!!!!
   crédito de imagen de www.chefkoch.de

Aquí desayunan, comen y cenan a lo grande. Sin parar en costes y cantidades. Por eso lo que me sucedió la mañana de mi boda fue, cuando menos, simpático.

Hace un año en julio del 2013 vine a Gibraltar a casarme. Venía sin mi madre ni mi hijo por lo que era una experiencia agridulce. La noche antes de la boda y para no perder la magia quise dormir en casa de mis suegros para que mi futuro esposo no me viera hasta que llegase la hora. No sé si por los nervios pero esa noche no pude casi comer y cuando mi esposo me dejó en la casa de sus padres, mi suegra me tuvo que dar un té de tila para dormir. Eso sí, caí como una piedra. Por lo que a la mañana siguiente ( la de la boda) me sentía más etérea que un hada...casi flotaba de lo débil que estaba.

Mi suegra, la pobre, estaba más nerviosa que si yo si cabía y me preguntó que si iba a desayunar. Por supuesto le dije que sí, que quería una tostada con mayonesa que son mis favoritas (tampoco me podía hartar de comida porque el vestido ya me quedaba bastante ajustado). Pues bien...lo dicho...los nervios son lo más traicionero y mi tostada salió más negra que una noche sin estrellas y yo por pena así me la tragué..aunque mi cara era de campeonato jajajajaja. Así que llegué al momento cumbre casi sin nada en la barriga.

Pero con todo, creo que al final no se notó. Qué opinan Uds??



Tuesday, 30 September 2014

Cuando leí la palabra de la semana me quedé "in albis", literalmente en blanco. ¿Y ahora qué escribo yo con esa palabra? A la mente me vino buscar en Google varios conceptos, copiar y pegar pero no me gusta hacer trampas. Además debía ser una anécdota. Me quedé pensando y nada. Lo más cercano fue el nombre de un dibujo animado que veía mi hijo llamado "Pinky y Cerebro" y fue ahí, al pensar en mi hijo que vino la historia a mi "blanqueado" cerebro.

En el año 2005 trabajaba yo como profesora de Literatura en una escuela de nivel medio y mi niño estaba en primer año de círculo infantil. Contaba él con 16 meses cuando me llaman a la dirección de mi trabajo para decirme que corriera al policlínico que había pasado algo con mi hijo...y nada más.

Corrí como una verdadera loca pensando en una caída, una fractura..qué sé yo. Mi sorpresa fue mayúscula cuando llegué a la clínica y me encuentro con un revuelo sin nombre de personal médico corriendo de aquí para allá y dos ambulancias esperando a la puerta. En medio de aquel jaleo se me acercó la enfermera del círculo infantil y con el rostro lleno de lágrimas y chorreando rímmel me dijo que mi niño, mi pequeño, estaba muy mal, que se había desmayado después de almorzar y estaba convulsionando.

Creí que me iba a estallar el cerebro. De niña yo convulsionaba por estado febril por lo que sabía por lo que mi niño estaba pasando. Sin darme tiempo a reaccionar un paramédico me montó en la ambulancia, al lado del chofer porque iban a trasladarlo a un hospital pediátrico. Por la ventanilla pude ver pasar la camilla. Estaba en calzoncillos, los cabellos húmedos y totalmente inconsciente. Se me estrujó el corazón como un pañuelo y más cuando a medio camino un paramédico le dice al chofer de la ambulancia que cambiara el rumbo hacia el hospital más cercano...que el niño estaba en paro respiratorio...que no llegaba con vida si tardábamos demasiado. !Dios! pensé- ¿qué dice este hombre?

Llegar al pediátrico y revolucionarse el centro fue todo uno. Los médicos, las enfermeras, los técnicos delaboratorio...todos corrían de un lado a otro. Me dieron con las puertas de Terapia Intensiva en las narices, tenía que esperar fuera. Una hora...una larga hora pasó antes que mi madre pudiera llegar..una hora en la que me colé sigilosamente una vez por la vidriera de la sala y vi a mi hijo...pequeñito en una camilla para mí inmensa, lleno de aparatos y gomas y aún inconsciente.

Dos horas más pasaron. Mi madre lloraba...todos nerviosos y yo hacía de tripas corazón para poder mantener la calma y la lucidez..para poder contestar las preguntas de los médicos sobre alergias a medicamentos, a comidas, etc. Médicos que ya no sabían qué hacer porque todas las pruebas daban negativas, no había infección o meningitis o algo que provocara aquel estado. El niño no tenía NADA. Ya sin más que hacer una doctora se acercó a mí y me preguntó si yo tenía más hijos porque no sabían que tenía, porque no contaban con él.

Sentí que mi mundo se derrumbaba...que mi cerebro estallaba en mil pedazos. ¿Cómo era eso siquiera posible? ¿Qué estaba pasando? ¿Qué pesadilla era esta?

Fue entonces cuando una mujer a la que no conocía pero que sabía del caso del niño (como lo sabía todo el hospital) me pidió que si tenía fe, rezara...que Dios era padre y escuchaba con atención los rezos de los padres. Mi fe era muy tibia pero la desesperación hace maravillas. Recuerdo que me senté en un muro de azulejos y con la cabeza entre las manos empecé mentalmente una especie de rezo-conversación-negocio en el cual pedía que se cambiaran los papeles, que ya yo había vivido 26 años y no me importaba seguir viviendo sin mi hijo.

Ahora bien, en la televisión cubana hay una canción que se llama "La calabacita" y que marca el final del horario infantil y la hora de irse los niños a la cama. Desde que mi hijo tenía unos cuatro meses levantaba la cabecita del cochecito cuando escuchaba la dichosa canción. Pues clavado a fuego en mi mente están las palabras conque terminé mi rezo-conversación-negocio: "Porque me puedes decir ¿qué hago yo cuando suene "La Calabacita" si mi niño no está?"

En ese mismo instante sale una doctora preguntando por la madre. Me levanté con un miedo horrible de lo que iba a escuchar. La doctora me tomó las manos y me dijo: "Rápido mamá, ponte una bata, lávate las manos y entra que tu niño se ha despertado, ha dejado de convulsionar y está respirando por si solo". No entré a la sala, VOLÉ!!!! Antes de llegar a la cama y en lo que me ponía la bata me advirtieron que ahora el niño estaba sedado, amarrado a la camilla para que no se quitara el suero y el levín, con sonda, con monitor..en fin. pero cuando lo vi se me cayó el alma a los pies...tan pequeñito y pasar por todo esto!!! Un enfermero se acercó a explicarme las reglas de la sala y los cambios de acompañante. Con todo respeto lo frené: "Aquí no hay cambios de acompañante. Yo salgo el día que mi hijo lo haga".

A la hora o así se me acercó un médico. Me explico el estado del niño y me pidió que estuviera muy atenta cuando despertara, qué decía y si me reconocía pues en caso de que no lo hiciera era síntoma de daño cerebral debido a las tres horas que había estado convulsionando.

A su lado pasé otra hora más, velando su sueño, acariciando su cabecita hasta que despertó. Era el momento crucial. ¿Me reconocería o no? ¿Y en el caso de que no? ¿Qué pasaría después? 

Me miró con los ojitos tristes, ojeroso al máximo y balbuceó bajito: "mamita!" Dios!!! Nunca esa palabra me había parecido tan bella. Ahí mismo se me aflojó el cuerpo, perdí la entereza y rompí a llorar con desconsuelo, con alivio...

Una semana nos pasamos en el hospital, 25 días de observación en casa y cinco años de chequeo anual para al final convencernos de que esa había sido su primera y única crisis epiléptica. Durante el tiempo que pasamos en el hospital tantas personas llamaban para preguntar por él que los enfermeros y enfermeras le pusieron el sobrenombre de "el delegado de la cama 3". La primera noche que pasé allí con él la madre de la niña de la cama de enfrente me comentó que qué milagro que con mi edad tuviese solo un hijo. Cuando le dije que solo tenía 26 se quedó de piedra, pensaba que pasaba de los 40. Así había envejecido en tres horas.

Mi niño ahora acaba de cumplir 10 años. Su cerebro está perfecto: es inteligente, despierto, simpático y algo despistado. A veces me desespera con sus cosas como todo niño de su edad pero cuando mi paciencia llega al límite  recuerdo ese día en que por poco lo pierdo, le doy gracias a Dios, a la Madre Naturaleza, al Arquitecto Universal, a la energía cósmica..a lo que sea que hizo posible lo que los mismos médicos llamaron un milagro y me siento feliz...sencillamente feliz.



Wednesday, 24 September 2014

Encuentros

El aroma del café recién colado se mezcló con las imágenes del sueño y terminó por despertarla. A su alrededor el mosquitero tendía un velo de salvadora irrealidad que le permitió regodearse con los últimos retazos de ensoñación. Su llegada, antes del alba, solo le había permitido  contar las imprescindibles novedades a su prima, darle un vistazo a los niños y hundirse en un sueño que ni los retozos de los ratones en el techo de guano habían podido perturbar.

Haciendo un esfuerzo, se decidió a levantarse de la cama. Abrió las ventanas y ante la visión que a raudales entraba con el sol se  olvidó de las horas de viaje, de la ciudad y de la angustia. Ahí, al alcance de la mano, pasaba el camino, antigua carretera que la naturaleza había recobrado obstinadamente palmo a palmo, cercas bordeando potreros y huertos donde las vacas pacían o eran arreadas por monteros madrugadores, y a lo lejos las primeras estribaciones del macizo montañoso del Escambray, rezumantes de verdor y coronadas por solitarias palmas reales.

Afuera, en el patio, su tía lavaba ropa en una batea rústica, rodeada de una bandada de gallinas ariscas que se disputaban granos de maíz mientras los cerdos chapoteaban indolentes en el fango.

Con la toalla al hombro se encaminó hacia donde la intensidad del verde indicaba la presencia del río. Siguió su cauce hasta donde se ensanchaba formando un círculo de aguas profundas y tranquilas. A esa hora temprana no había un alma y la soledad se podía respirar a pleno pulmón junto con el aire puro y fresco del campo.

Puso la toalla en la hierba y con cuidado entró al agua. Estaba fría y tenía un regusto a tierra y profundidades incógnitas. Bajo los pies sentía el lodo que se escurría entre los guijarros del fondo y, de cuando en cuando, el coletazo de una biajaca le azotaba las piernas.

Se dejó llevar un rato por la corriente, relajando todos los músculos. Estaba tranquila, esperando. Sabía que, aunque todo pareciera perfecto, faltaba algo.

Antes de verlo lo presintió. Fue una sensación casi física, una oleada de temor que conmocionó todo su ser. Se volvió y, a través de las gotas de agua que se escurrían de entre sus ojos, lo vio. " Moreno de verde luna" pensó, sintiéndose lírica y lorquiana al ver su piel tostada por tantos soles y sus ojos verdes, verdes como las lomas, como el romerillo, como la esperanza que nacía en su pecho al constatar que sí, que entraba al río sin despojarse siquiera de sus ropas.

Se acercó y cuando estaba a unos centímetros de sus senos preguntó:

- ¿Me esperas?-
-Te espero- y al contestar supo que la desesperación nacería en el momento en que no pudiera mirarse en el verde de sus ojos.

Abrazados, rezumando agua, llegaron a la orilla. Se fueron despojando poco a poco de las ropas hasta sentirse piel con piel. A horcajadas sobre su vientre ella se sintió a un tiempo cabalgadura y jinete. Recorrió con besos su cuerpo, reconociendo cada huella, cada cicatriz, cada historia y cuando del abismo se sintió desfallecer, pensó que sí, que tenía razón el poeta cuando afirmó que solo el amor sabe reducir el Universo a un beso.

Esa noche, la luna alumbró el caserío inerme, el viejo camino, las palmas y sobre una colina, en medio de la sinfonía de los grillos, a los dos amantes que celebraban el encuentro como cada verano, contra el tiempo y la distancia.

La sorpresa....

Esa mañana no pudo resistir la tentación y lo buscó entre la gente. Desde hacía días evitaba cualquier tipo de contacto visual al montarse en el ómnibus, ya a esas alturas atestado de personal. No se sentía con fuerzas para resistir una mirada que sabía profunda y en la que se perdería como en un abismo insondable.
Recordaba con toda claridad el día que se había percatado de su existencia. En ese momento todavía el dolor por la ruptura con aquel hombre del que seguiría enamorada toda la vida le pesaba como una losa, le asfixiaba y le impedía hasta pensar. El hecho de que hubieran compartido casa y trabajo no la ayudaba ya que todos los detalles del diario recorrido del transporte laboral le traían algún recuerdo más o menos doloroso según la intensidad. Solo quedaba mirar sin ver por la ventana y dejar pasar  el tiempo y los edificios hasta llegar al centro en el que, como un castigo más, le esperaría el inevitable encuentro con lo que había dado en llamar “lo mejor de lo peor que me ha pasado”.
Los nombres de Messi y Casillas junto a otras glorias deportivas del fútbol y sus estadísticas le taladraron el pensamiento como una aguja ardiente. Qué horror!!- pensó- amanecer hablando sandeces” y curiosa volteó para ver quiénes eran los culpables de que hubiese salido de su marasmo autodestructivo.
A uno de ellos lo conocía, trabajaban en el mismo lugar aunque sin haber cruzado nunca más que los buenos días o las frases de rigor que exige la educación más elemental, pero el otro…Era un joven normal, pequeño para sus estándares de un metro  ochenta y más, trigueño y con unos rizos que le salían del pulóver por más que quisiera ocultarlos. Eso la interesó, siempre le habían llamado la atención los hombres muy velludos. Justo en ese instante él volteó a mirarla y le asaltó como un puñal la tristeza infinita de aquellos ojos profundos y oscuros.
Pero su propia melancolía era todavía muy intensa para pensar en algo más. Además, lo desechó como alguien insignificante: a quién se le ocurriría abrir el día hablando de futbol?- concluyó su juicio de manera terminante y no pensó más en el asunto. Por eso, la mañana en que él se acercó y le habló de literatura, de poesía, el asombro fue genuino y real pues se percató no solo de que sabía hablar de algo más que de deporte sino que había leído y había leído mucho…que tenía una facilidad de palabra sorprendente y una sonrisa encantadora. No obstante cuando le entregó aquella especie de pergamino, atado con una cinta naranja (sabría lo que significaba ese color?) no pudo evitar pensar que seguramente se trataría de uno de aquellos poemas que a lo largo de la vida había recibido por decenas…a mucho dar Benedetti, quizá Neruda. Tal vez ni eso, por lo que no se dio prisa y esperó, con toda la calma que su seguridad le daba, a llegar a la tranquilidad de su oficina para desenrollar el pergamino y darle rienda suelta a la sorpresa al constatar que no conocía una sola de las líneas allí escritas, leer arrobada los dos últimos y geniales versos y descubrir (ahora sí en el colmo del asombro) que el autor era uno de los poetas más reconocidos y leídos ,no solo por ella, sino por todos sus coterráneos.
Fue en ese justo minuto cuando supo, con una claridad meridiana, que iba a empezar una batalla que sabía perdida de antemano. Lo que sí nunca calculó fue la intensidad y diversidad de sensaciones que sus encuentros le producirían: desde besarse como adolescentes a plena luz del sol o en pasillos oscuros hasta sentirse atada de pies y manos (real y físicamente de manos) mientras él exploraba todo su cuerpo, se burlaba de atavismos y tabúes, rozaba cada centímetro de su piel con aquellos dedos pequeños  a los que nunca supuso tan ágiles mientras le decía al oído que era una bruja, una hechicera, una vampira que sacaba a flote lo más elemental y primitivo de su condición ya no de hombre, sino de macho…y macho dominante además. Fue en ese tiempo en el que decidió tatuarse en la cintura (la misma que habían estrechado sus manos) el diseño del sol maya que un día él le mostrara, justo cuando le regaló una antología de poesía de su autor favorito con una dedicatoria donde abundaban referencias a la noche y la luna reflejada en los charcos de la ciudad desierta. Sería un buen homenaje para aquel muchacho-hombre que había operado el milagro de que le gustaran las canciones de Sabina pero sobre todo que le devolviera la sonrisa y la seguridad en sus ojos de gata que anduvo perdida por un rato.
“Por qué pienso en todo esto ahora??” se preguntó cuando sus miradas se encontraron  frente a frente esbozando un buenos días… y al mirar su sonrisa supo inmediatamente la respuesta: coño…como quisiera besar otra vez esa boca!!!!”

Tuesday, 23 September 2014

El torrente


Barítono... la palabra que más temía de las tres es la que ha salido. A la mente me vienen las grandes personalidades de la ópera internacional, las veces que fui a ver alguna zarzuela..el disco de Il Divo que tengo en casa. Pero aquí la palabra clave es "personal". Tiene que ser algo que me haya sucedido. Y ahí saltó la historia.

Entre los años 2008 y 2010 estuve trabajando de Metodóloga de Extensión Académica en el Centro Nacional de Escuelas de Arte (CNEART). Consistía esto en coordinar el talento de las escuelas nacionales de arte (ya fuera música, artes plásticas, circo, etc) para que se presentaran en espectáculos de primer nivel. Así garantizábamos la calidad de la presentación y los estudiantes tenían la oportunidad de actuar en escenarios reales e interactuar con el público, experiencia esta que no se aprende en ningún libro de texto. Era una labor apasionante ya que estaba constantemente rodeada de adolescentes talentosos y aprendía de ellos un mundo y más.

Por supuesto, a estas actividades iban alumnos escogidos..lo mejor entre lo mejor, tarea bien difícil pues en las escuelas de arte en Cuba si algo sobra es talento. Por eso cada vez que nos solicitaban una presentación teníamos que ir por las escuelas haciendo audiciones junto al productor del espéctaculo en cuestión. Esa era mi parte favorita ya que la contrapartida eran llamadas telefónicas, coordinación de  transporte y recogida, acreditación y alimentación...ardua labor en nuestro país.

Esa vez recuerdo que tuve que empezar por una de las escuelas para mí favoritas: la de circo. Junto con el Maestro Alberto Méndez me deleité infinitamente con los números de acrobacias que presentaban los alumnos, a los que conocía en su inmensa mayoría. Las contorsiones, la habilidad física, el riesgo que implica el trapecio...todo eso me fascinaba y aún lo hace. Por eso cuando el Maestro me anunció que la próxima audición sería en la Escuela de Arte Lírico no pude evitar un mohín de disgusto. La ópera y yo nunca hemos sido muy cercanas, aunque me apene confesarlo, y tener que hacerlo por trabajo lo tornaba doblemente fastidioso.

Con un sol de infortunio, de esos de la una de la tarde en Cuba, llegamos a la escuela...un edificio antiguo, en sus días bello, pero ahora en franco declive. La sombra del vestíbulo fue una bendición y enseguida  nos hicieron pasar a la oficina del director. No me lo podía creer!!! Adolfo Casas, director del Teatro Lírico frente a mí y ofreciendome asiento y café!!! No sabía que hacer. Me senté frente a él y mientras hablaban los maestros me sorprendió la suavidad y sencillez de aquel hombre destacado por su virtuosismo a escala internacional.

La hora de empezar la audición llegó y ya con el ánimo mas predispuesto entre a una salita con un piano de cola, un pianista con look de hippie y varios asientos vacíos. Nada del glamour que yo esperaba. Tomé asiento algo decepcionada e hicieron pasar al primer aspirante. Era un chiquillo delgado al máximo, con barrillos en la cara, gafas y el pelo revuelto. Algo así  como un Harry Potter  desnutrido con acné juvenil. Menos mal que no sorprendió mi mirada de incredulidad pues me hubiera apenado muchísimo.

Sonaron los primeros acordes del piano (no me pregunten cuáles pues no estaba muy interesada) y como un milagro un torrente de voz profunda, limpia, clara salió de la garganta de aquel casi niño para darme una de las lecciones de humildad más grandes de mi vida. No sé si era barítono, bajo o tenor...no recuerdo qué cantaba...solo que no quería que parase...que siguiera cantando...que envolviera la habitación con sus notas pues en ese momento en que empezó a cantar el sol del mediodía se eclipsó así como mi escepticismo y nació en mí un profundo respeto por aquellos que con su voz hacen la magia del Universo.